Jerónimo de Aguilar: Su Testimonio
Los Garatuzos, A. C.
Integrada con intelectuales quintanarroenses, la Asociación Civil que refiero, hace, a través de uno de sus más notables miembros, Jorge Luís Serrano Trujillo, una interesante propuesta, en el sentido de no dejar pasar desapercibida la memorable fecha en que se surgió nuestra raza mestiza, concebida a partir de la fortuita llegada en 1511 de Gonzalo Guerrero, de Jerónimo de Aguilar, de Valdivia, entre otros.
Guerrero, a quien se le atribuye la génesis de nuestra raza mestiza, es un personaje del cual se ha escrito desde la perspectiva de la novela y la leyenda, dado que por razones muy lógicas de entender, no es profusa la información histórica que sobre él se tiene. Destacan entre esos escritos, libros como el del laureado Eugenio Aguirre (Editorial Aleaguara), 1980), cuya obra: “Gonzalo Guerrero”, es una amena recreación o alegoría sobre el personaje y el entorno que enfrentó. Otro libro bastante ilustrativo y documentado es el de Carlos Villa Roiz, el cual publicó a través de Plaza y Valdes Editores, en 1995, el texto: “Gonzalo Guerrero, Memoria Olvidada”, con ilustraciones muy calificadas de José Reyes Meza. Lo anterior, sin menoscabo de lo que a nivel regional se ha realizado en el ámbito de la bibliografía.
Sobre el tema, entre las “Notas y Acotaciones” que el notable Historiador yucateco, Jorge Ignacio Rubio Mañé, hace a la “Historia de Yucatán”, de Fray Diego López Cogolludo, encontramos un extenso poema, de corte trágico, atribuido a Francisco de Terrazas, ilustre poeta, hijo del conquistador de México, describiendo lo que a Jerónimo de Aguilar y compañeros ocurrió los 8 años que permanecieron entre los mayas.
La lectura del citado poema, descubre en forma amena y muy cruda las vicisitudes por las que pasaron quienes en 1511 naufragaron en los arrecifes de “Las Víboras”, muy cerca de Jamaica, cuando en una carabela hacían travesía de Panamá (el Dárien), a Santo Domingo (La Española)
Al ocurrir el naufragio, dos decenas de españoles debieron “apiñarse” en un alijo, quedando a merced de las corrientes marinas, cuyo curso invariable hacia el norte, los depositó en las playas orientales de lo que es hoy Quintana Roo, en un punto que se propone fue al sudoeste de Cozumel, en tierra firme, donde fueron hechos prisioneros por los mayas de la Provincia de Ekab.
Según Aguilar, al ser capturados fueron llevados ante el cacique “Canetabo”, que bien puede entenderse por “Can Ek” (Serpiente Negra), o “Canek-abob”, el cual de inmediato ordenó el sacrificio de Valdivia y de otros cuatro españoles más, ya que con el primero no habían alcanzado (dice), a “saciar su apetito”. Su posterior encierro para “engorda”, y la manera tan difícil en que lograron escapar de sus captores, es descrita de manera sucinta por Jerónimo de Aguilar, hasta llegar el momento de su rescate en 1519, cuando sólo dos de ellos sobrevivían.
Dicho rescate lo promovió Hernán Cortes desde Cozumel, dado que desde 1517, los nativos de la península yucateca habían pronunciado ante los españoles la palabra “Castilan”, pensando sin equivocarse el conquistador que entre los mayas había españoles prisioneros. Unas cartas y “rescate”, así como la providencia de un atraso por el mal estado de uno de los barcos, fue lo que hizo posible que Aguilar se reincorporara en Cozumel a sus compañeros de aventura.
Gonzalo Guerrero, considerado el Padre del Mestizaje en México, era el otro español sobreviviente, aunque en 1519 su situación ya no era de esclavitud, sino de autoridad, debido a que se había casado con una hermana de Nachan-Cán, cacique de Chetumal, con la que había procreado varios hijos. En el caso de la esposa de Guerrero, de la cual no se conoce el nombre, algunos registran que se trataba de una hija del cacique chetumaleño.
De acuerdo con Cogolludo y Rubio Mañé, el poeta Francisco de Terrazas se interesó en lo que Jerónimo de Aguilar contó a Hernán Cortés en Cozumel en 1519, cuando éste le preguntó quién era, y cuál había sido su fortuna. Fue a mediados del siglo XVI cuando el citado poeta, Francisco de Terrazas, realizó la versificación de la fatal historia, siendo el poema poco conocido, dado que las obras de Cogolludo y de Rubio Mañé no se han reeditado tanto. Otra de las razones para no haberse difundido el poema que me ocupa, es la postura en contra de algunos historiadores, en cuanto a reconocerles hábitos antropofágicos a los mayas. Esta cuestión ha despertado siempre fuertes controversias, aunque se pierde de vista que muy poco había de semejanza entre los mayas (Período Clásico), que nos deslumbraron con sus avances culturales, y los que habitaban (período Posclásico), ya decadentes y mezclados con otras culturas del Caribe, la costa oriental yucateca a la llegada de los españoles.
Sirva también la referencia, de que, si bien es cierto que fueron recibidos por un cacique sanguinario, al escapar cayeron en manos de otro que les perdonó la vida, a cambio de aprovechar, no sólo su mano de obra, sino también sus conocimientos en el arte de la guerra, la caza, etc., no teniendo mayor empacho en devolverlos a con los suyos cuando se presentó la oportunidad de hacerlo.
En fin, respetemos el criterio de cada cual, y centrémonos en la lectura del poema, en cuyo texto se encontrarán términos poco entendibles para el lector común, aunque palabras como “calachiones” es fácil traducirlas como Halach-unics, que eran jerarcas mayas en ese tiempo. Pero vayamos a los reveladores versos, los cuales son los siguientes:
“Y dijo: auque no sé en qué modo acierte – de tanta desventura a daros cuenta, – atento oíd, señor, mi triste suerte, – que aun su memoria el alma me atormenta: – Jerónimo mi propio nombre a sido – y tuve de Aguilar el apellido.
En Ecija nací y a Dios pluguiera – que en Ecija también me sepultara, – y el juvenil hervor no me trajera – do tanta desventura me hallara; – en casa de mis padres me estuviera – y con mi suerte allí me contentara: – que no me ha sido el cielo tan avaro – que no me diese un padre rico y claro.
El año de once fue la suerte dura – que para la Española dimos vela, – y al triste fin, al fin tan sin ventura – nos lleva una pequeña carabela. – Llegando a Jamaica, muy segura – de estar cerca del corte de la tela, – en los bajos de Víboras caímos – do el oro, y nave, y todos nos perdimos.
Como aventado ciervo va corriendo, – espesas matas y árboles saltando, – que del ruido sólo va huyendo – a la cubierta red enderezando: – así nosotros con buen tiempo yendo, – incautos nuestro mal no recelando, – primero nos hallamos ya perdidos – que fuésemos del daño prevenidos.
Digo que vimos la infelice tierra – del malvado cacique Canetabo, – que si crueldad, que si maldad se encierra – en el reino infernal de cabo a cabo, – la suma, el colmo della en paz y guerra – se vio en aqueste sólo por el cabo, – horrenda catadura, monstruosa, – ronca la voz, bravísima, espantosa.
La cara negra y colorada a vetas, – gruesísimo xipate por extremo, – difícil peso para dos carretas, – debió ser su figura Polifemo; – de tizne y sangre entrambas manos prietas, – bisojo que aun soñarlo agora temo; – los dientes y la boca como grana, – corriendo siempre della sangre humana.
Venimos a poder del monstruo fiero, – a la inhumana, a la bestial presencia, – cual simplecito al lobo va el cordero – pensando que su madre lo aquerencia, – que en los dientes se ve del carnicero, – pagando con la vida la inocencia: – al sacrificio así fuimos llevados, – creyendo que era a ser muy regalados.
Al triste de Valdivia echó las manos – para cenarlo luego el primer día, – que ya con unos golpes muy livianos – en vano su morir entretenía, – ya con promesas, ya con ruegos vanos, – porque con la flaqueza no tenía – mas de sólo el sentir para sentirlo, – sin fuerza ni poder de resistirlo.
Como al pollo llevar suele el milano, – que apenas se rebulle y se menea, – así el flaco Valdivia clama en vano, – forceja entre sus brazos y pernea: – echólo en un tajón de piedra llano, – con tosco pedernal en él golpea, – sacóle el corazón vivo del pecho – y ofrenda a los demonios de él ha hecho.
¡Oh buen Valdivia, que tu muerte esquiva – y el alma a Dios ofreces juntamente! – si ya en tu voluntad víctima viva – te haces de tu Dios omnipotente, – ¿que demonio podrá ser que reciba – tu noble corazón dado en presente? – Mal quitarán ministros del infierno – el sacrificio hecho a Dios eterno.
Del casi vivo pecho palpitando – la sangre Canetabo había bebido, – cuando su cuerpo vi descuartizado – en pequeños pedazos repartido: – mas porque esta un banquete aparejado – y aquesta colación muy breve ha sido, – en otros cuatro hizo aquel malvado – pasar lo que Valdivia había pasado.
Como en el rastro vemos los carneros – que uno a uno se van disminuyendo, – y al ojo y voluntad de los giferos – éste y aquél y estotro van asiendo; – así los miserables compañeros – vimos llevar al sacrificio horrendo, – donde los cinco dellos acabaron – y en cebo a esotros siete nos guardaron.
Una jaula de vigas nos hicieron – de grosor indecible y de grandeza, – y a cebo como a puercos nos pusieron – en tanto que duró nuestra flaqueza – ¡Oh cuanto mayor hambre padecieron – por excusar un fin de tal crueza! – pues toda la cuitada compañía – por no morir, de hambre se moría.
El tiempo de una fiesta se llegaba, – que suele ser de treinta en treinta soles, – la cual muy más solemne se esperaba – con plato de los tristes españoles. – El bárbaro instrumento resonaba – de rayos, huesos, gaitas, caracoles, – y aquello se entendía, sin experiencia, – que fue notificarnos la sentencia.
Dos cuchillos guardamos escondidos, – que no sé cómo no nos los hallaron, – pues cuando en la prisión fuimos metidos – sin que quedase cosa nos cataron. – Los maderos más bajos escondidos – con ellos a gastarse comenzaron, – como el que un monte de grandeza inmensa – a puñados de tierra acabar piensa.
El instrumento boto, chico y malo – con que se fabricaba la salida; – la gran dureza de aquel grueso palo – y la menguada fuerza enflaquecida; – tan gran labor, tan breve el intervalo, – quitaban la esperanza de la vida, – que si por no perderla se ayunaba, – para poder salvarla nos dañaba.
Mas tanto hizo el miedo de la muerte – que ya ya a los alcances nos venía, – que hubimos de romper la jaula fuerte – casi dos horas antes de ser día: – cuando del largo baile nuestra suerte – a todos ya cansados los tenía, – de nuestra libertad muy descuidados, – en vino y grave sueño sepultados.
Del maldito hostelaje nos libramos, – salimos del lugar sin guía ninguna, – y con la luz escasa caminamos – del émulo del sol y de la luna, – hasta dar en un monte do esperamos, – no la salud, no próspera fortuna, – sino tan solamente procurando – poder morir siquiera peleando.
Y allá en la furia ardiente de la siesta, – habiendo sin parar gran tierra andado, – topamos al bajar de una gran cuesta – un pequeño escuadrón bien ordenado. – La poca gente de Aquincuz es ésta – con Canetabo el fiero enemistado, – señor de un pueblo dicho Xamanzana, – tratable gente y algo más humana.
Dijera de sus tratos y costumbres, – como hubimos la gracia desta gente, – puesto que en cautiverio y servidumbre, – sin esperar mas bien perpetuamente. – Mas ya Calixto puesto en la alta cumbre – trastorna la cabeza al occidente, – y la callada noche se resfría – y a los ojos el dulce sueño envía.
Las guerras que acabamos y vencimos – en tiempo de Aquincuz, que fue muy breve, – Y de Taxmar su hijo, a quien servimos – espacio de ocho años o de nueve; – la mísera miseria que sufrimos, – el alma a renovarla no se atreve; – basta saber que en fin nos acabamos, – y que otro solamente e yo quedamos.
En Chetumal reside ahora Guerrero – que así se llama el otro que ha quedado; – del grande Nachamcan es compañero, – y con hermana suya está casado: – está muy rico y era marinero, – ahora es capitán muy afamado, – cargado esta de hijos,, y hase puesto – al uso de la tierra el cuerpo y gesto.
Rajadas trae las manos y la cara, – orejas y narices horadadas; – bien pudiera venir si le agradara, – que a el también las cartas fueron dadas. – No sé si de vergüenza el venir para, – o porque allá raíces tiene echadas; – así se queda, y solo yo he venido, – porque él está ya en indio convertido.
Los ánimos de todos los oyentes – dejó de un miedo helado casi llenos, – los pelos erizados en las frentes, – los corazones muertos en los senos, – viendo que van a do se comen gentes, – adonde de piedad son tan ajenos, – do no valen palabras ni razones, – regalos, ni promesas, ni otros dones.”
Con la ayuda de la Sra. Irle Nacira Pérez Sánchez he transcrito el anterior documento, respetando en todo la ortografía. Quedan a juicio del lector (a) los comentarios. Concluyo comentando en que fueron aquellos tiempos de conquista, tiempos de guerra, desigual es cierto, pero inevitable, debiendo por lo tanto razonar nuestros juicios con criterio imparcial, pues mal se ve quien juzga el ayer con criterios de hoy.
Reflexionemos en que: de ese primer encuentro brutal que el poema de Francisco de Terrazas describe surgió nuestra raza, nuestros usos, creencias y costumbres, al sincretizarse la sangre y las culturas de dos pueblos tan distintos, de los cuales somos hoy consecuencia.
Y porque por nuestra raza debe hablar el espíritu, celebremos en 2011 el V Centenario del Mestizaje, y demostremos así a otros pueblos del mundo, que los mexicanos sí tenemos memoria.
Ignacio Herrera Muñoz, Cronista Vitalicio de Chetumal, en cuyas cercanías Gonzalo Guerrero vivió y se multiplicó, se ha entusiasmado con esta posibilidad. Y yo no puedo despedirme sin agradecer una vez más al Garatuzo, Jorge Luís Serrano Trujillo, su valiosa propuesta, pues muestra clara es que el hombre ama nuestras raíces, y que es por ello un digno quintanarroense.
Colaboración de: Fidel Villanueva Madrid
Cronista Vitalicio de Isla Mujeres.
Febrero de 2010.