Nació en Holbox, Territorio de Quintana Roo el 2 de febrero de 1929, y desde muy pequeño debió trabajar para ayudar a su madre Marina Coral Luna. Por “Lencho Coral” es más conocido y para todos es bien recordado.
Sus abuelos maternos fueron el Sr. Pedro Coral Cetina y la Sra. Cirila Luna Canto, ambos de Holbox.
Florencio, quien llegaría a ser uno de los más notables Patrones Costa de su generación, sólo estudió hasta el segundo año de primaria, por lo que su aprendizaje sobre el arte de la navegación “me lo fue enseñando la vida y las circunstancias en que me vi inmerso para ganarme el pan de cada día” –asienta, y consigna nombres de maestros que le enseñaron las primeras letras en Holbox: Filiberto Arceo, Josefina Gardenia de Arceo, Filomeno Burgos, y Librada Peraza.
Sobreviviente de aquel Quintana Roo incomunicado, donde labrarse un futuro era casi imposible para gente de origen tan humilde como Florencio Coral, nuestro entrevistado hace un recuento de lo que su existencia ha sido hasta la fecha, en que ya cansado de las rudas labores del mar y la selva, ve pasar el tiempo mientras convalece de la más reciente operación a que fue sometido.
Sus recuerdos primeros
Hurgando en su memoria parece desarchivar escenas que creía ya olvidadas. Los años de su infancia alternados entre aquel Holbox de Palomino e Isla Mujeres; lugares donde no había posibilidades de superación, y para buscar el sustento cada mañana había que embarcarse para ir a pescar…o coger hacha y machete para internarse en las entonces selvas vírgenes del nororiente de Quintana Roo.
Cuenta que no hubo en sus años primeros paraje pesquero o rincón de la selva donde no trabajara.
“En Holbox –recuerda- a los 8 años ya era yo chapeador de cocales, sembrador de cocos, pescador. A esa edad perdí a mi madre, y al fallecer ella, mis hermanos Pedro y Vicente me trajeron a Isla Mujeres, claro, a limpiar cocales. Primero lo hicimos con los del Sr. Asunción Castilla, luego los de Mariano Martínez Sabido. Tenía 14 años cuando escaseó el trabajo en la isla, por lo que regresamos a Holbox. Ahí la cosa tampoco estaba fácil y nos fuimos para Solferino, donde empecé tumbando monte para milpas, pasando después a arrear bestias de carga para los chicleros de esa región.
A los 17 años de edad ya era un chiclero consumado. Extraíamos resina en los montes de Boca Iglesia. Entrábamos navegando por Palo Bravo y acampábamos selva adentro, soportando, a cambio de unos pesos aquel infierno verde y húmedo, plagado de alimañas, mosquitos, rodadores y chaquistes que no te permitían ni hablar. Eran tan abundantes que ni el pabellón respetaban, y por la necesidad de dormir junto al fuego en alguna ocasión desperté envuelto en llamas, pues las brasas alcanzaron la tela.
Es cierto que de hambre no te morías porque abundaba la cacería y la pesca, pero fueron años muy duros, y no sé explicar cómo sobreviví.
En una ocasión, sin pretenderlo, claro, cargué mi bolso de útiles de trabajo con una cuatro-narices adentro. Al vaciar el bolso para tomar mis cosas menudo susto me llevé. Fue un milagro que no me hubiera mordido.
En otra ocasión, fui confundido dentro del monte con un animal y recibí un disparo de escopeta que me alojó tres municiones en la cabeza. Me lograron sacar dos, pero una se quedó para siempre –expresa, y agrega- cuando no te toca es porque estás bendito.”
Relata que también trabajo la chiclería en Rancho Viejo con el Sr. Laureano González, quien representaba al contratista Sr. Vicente Santamaría.
En esa alternaciones de mar y selva dedicó algunos años a la pesca de tiburón. Frisaba los 18 años cuando se radicó en Isla Mujeres, dedicándose principalmente a trabajar en los cocales del Sr. Mariano Trinchán, en aquel legendario Rancho llamado Santa Fátima. Luego lo contrató Ladislao Tejero para desmontar su predio de “El Meco”. De ahí paso enseguida a realizar la misma labor en San Miguel, propiedad del Sr. Vicente Coral Castilla en el cocal, allá por las Ruinas del Rey.
Cumplía los 20 años cuando se embarcó con Buenaventura “Coleguita” Delgado en la pesca de tortuga, tiburón y recolección de esponjas.
“Catorce años navegué con Coleguita, pescando a la vela por estos mares, hasta que Francisco Martín Novelo me contrató como patrón de su embarcación llamada el Pez Vela. En esas andaba cuando el Sr. Pepe Lima Gutiérrez me hizo cargo de su barco velero llamado Cachifáz, mismo que manejé por espacio de 4 años. De ahí me enlisté en la Marina Nacional por 4 años, logrando adquirir conocimientos de marinería que después me fueron muy útiles” –cuenta.
Cuando se retiró de la Marina volvió a la pesca de tiburón y también de camarón, lo cual lo llevó a puertos del Golfo de México, hasta que un día el Sr. Ausencio Magaña lo invitó a trabajar en los barcos que hacían ruta de carga y pasajeros a Puerto Juárez. Me dice que no imaginó que, luego de andar “del tingo al tango”, pasaría treinta años de su vida recorriendo incansablemente todos los días la misma travesía, el mismo paisaje, la misma rutina hasta el agotamiento.
“Con los Magaña me enrolé cuando andaba por los cuarenta años de edad, y claro, no fue como Patrón o Capitán, sino como simple marinero que igual tiraba cabos o manejaba carga o limpiaba el barco. Las jornadas eran agotadoras pues nos ocupaban 18 horas al día. Prácticamente vivía en la embarcación.
Álvaro Magaña fue mi primer patrón a bordo, luego lo fue Pedro Cárdenas Basto. Como marinero anduve de un barco a otro varios años. Entre esos barcos están La Carmita, la Novia del Mar, La Dama Elegante, y la Sultana del Mar.
Luego de ser ascendido a Contramaestre pude ilusionarme con ser Patrón de un barco. Ese día llegó cuando Nicanor Ríos Azueta se retiró del servicio. Fue la Novia del Mar el primero que manejé. En esos años se daban 4 viajes a Puerto Juárez por carga y pasaje. En temporada alta eran 7, y en ocasiones había que hacer viajes espaciales por razones de salud, de eventos especiales, y hasta por defunciones” –agrega.
La familia
“En 1992, ya muy cansado de ese incansable ir y venir de Puerto Juárez me retiré. Hoy vivo de mi pensión del IMSS. Ya no me separo de mi esposa, y pasamos bastante tiempo con nuestros hijos que están pendientes de que nada nos falte”
Delta Judith Hernández Uribe es la sencilla mujer con la que ha compartido los buenos y los malos tiempos en los 58 años de matrimonio que llevan. Su noviazgo inició el día que la señora, oriunda de Mérida, vino a pasear a Isla Mujeres, surgiendo entre ambos un amor a primera vista que el tiempo ha añejado y consolidado. Procrearon 8 hijos: Carmela, Florencio, Andrés, Ramiro, Juan, Ondina, Gabriela y Juanita Marina. Esta última falleció a muy temprana edad. Su descendencia está asegurada pues ya tienen más de de 40 nietos.
Concluyo
Florencio Coral Luna es hoy un hombre que se manifiesta en paz con los demás.
“Mi riqueza es espiritual por los muchos amigos que tengo –presume- y hasta quienes en alguna ocasión pretendieron enemistarse conmigo, hubo ocasión de demostrarles que hay nobleza en mi corazón. Como ejemplo te platico que cuando pescaba tiburones en Holbox, un comerciante de Progreso que pasaba a comprar y vender, e incluso a pescar, luego de amenazarme por considerarse él un ser superior por su dinero, me lo encontré a la deriva a muchas millas de la costa. Su barco se había desarbolado. Yo nunca pensé en dejarlo ahí. El hombre lloró cuando me acerqué y lo ayudé a ponerse a salvo. Luego fue un buen amigo”.
Decía antes que “Lencho” convalece de una operación. Decido dejarlo descansar. Ya voy de salida cuando –como todo isleño de pura cepa- me dice:
“Y no olvides anotar que la isla estaba más bonita antes y por eso hacían cola los turistas para entrar”
Tiene razón, más hay cosas que sólo quienes aman a esta tierra entienden. Los cambios, las transformaciones, siempre estarán ahí; siempre serán un reto a nuestra inteligencia, para no permitir que esas transformaciones nos desintegren. De lo que ha pasado somos culpables todos: unos por hacer…y otros por dejar hacer.
Fidel Villanueva Madrid.
Cronista Vitalicio de Isla Mujeres.
Marzo de 2010.